Confrontando la situación del Arte Contemporáneo
- Gustavo Zorrilla Z.
- 17 ago 2015
- 5 Min. de lectura
El arte contemporáneo ha hecho que historiadores, críticos y filósofos del arte se detengan a pensar y replantear nuevas maneras de estructurar el lenguaje para crear una semántica coherente, frente a las nuevas propuestas artísticas que nacen cada día dependiendo de las necesidades e intereses de los artistas actuales. Entonces, para mantener vigente esta área tan extensa y diversa como lo es el arte o las artes, ahora, si en este mismo paquete incluimos las artes escénicas, happenings, fotografía, performance, instalaciones, y videoarte, etc., debemos entender que se necesitan nuevos parámetros de divulgación y medios de comunicación asequibles para intentar, o por lo menos, permitir empaparnos de las nuevas formas de pensamiento artístico, y tratar de dirigir por la dirección, dijéramos, más correcta, para encarar lo que la obra transmite, por figurativas, abstractas, o conceptuales que estas sean.
Por esta razón, conforme pasan los años, décadas y siglos, el desarrollo del arte ha tenido una nueva serie de cambios y experimentaciones que obligan a los pensadores en ir a la par con la intencionalidad artística, en diversos contextos, empleando como recursos más cercanos su imaginación que es el punto intermedio entre la sensibilidad interior, y el conocimiento, divulgando de esta manera una estética educativa, convirtiendo el arte en un modelo de cultura. Pero este fenómeno desafortunadamente no prescinde de cierta élite que se da por entendida frente a este oleaje pragmático, al que no todos podemos acceder, si no hemos recibido la debida preparación o instrucciones preestablecidas de cómo saber si lo que vemos es o no una "obra de arte".
En el caso del arte colombiano por ejemplo, en los últimos cincuenta años de configuración hacia las nuevas manifestaciones del arte de vanguardia, las galerías, los museos y los salones nacionales han intentado proyectar de la mejor manera posible los surcos que se han ido labrando con esfuerzo, ante la sociedad anquilosada en un arte académico-figurativo, de fácil comprensión y asimilación.
Traigo a relación la obra del artista colombiano Nadín Ospina, quien en las últimas décadas ha causado controversia dentro del medio en lo concerniente a la conceptualización del obra artística. Tiempo atrás enfrentó una demanda por parte de uno de sus discípulos y asistente, Antonio Diez, quien trabajaba en el taller de dicho artista. En sí todo fue un problema de autoría y posesión en cuanto a quien es el creador de la obra.
El filósofo francés Michel Foucault en su obra “¿Qué es un autor?”, hace referencia a los autores de textos, pero se puede tomar como paralelo contestatario dirigido también a la obra de los artistas plásticos, pues Foucault afirma: “La relación de atribución. El autor es sin duda aquel al que podemos atribuir lo que ha sido dicho o escrito. Pero la atribución -incluso cuando se trata de un autor conocido- es el resultado de operaciones críticas complejas y raramente justificadas. Las incertidumbres del “opus”.
En última instancia Ospina resultó airoso ante dicha disputa, situación que hace recordar lo que sucedía con Andy Warhol y “The Factory”, este taller también se valía de personas que elaboraban las impresiones bajo su dirección, y en última instancia las obras terminaban acreditadas bajo la figura de Warhol, siendo ésta la persona que daba origen a las ideas, al concepto como tal de las piezas acabadas y expuestas. Hago mención concreta de estos ejemplos, ya que traen al momento, una de tantas situaciones de las cuales el arte contemporáneo se vale para reafirmar su autonomía y su libre autodefinición ante de la figura de autor, ¿quién es autor?
Retomando de nuevo la obra de Nadín Ospina, menciono como ejemplo la serie de monolitos que realizó en la década de los años noventa, apropiándose principalmente de la factura física de la estatuaria antropomorfa precolombina de la cultura de San Agustín. A continuación muestro los ejemplos: En primer lugar se encuentra el original de la cultura indígena del siglo VI a.C., y en segundo lugar el monolito elaborado por Ospina:

Cabe destacar que Ospina con esta obra comienza a edificar el puente que conecta dos culturas totalmente diferentes, tanto histórico-social, como ideológico-cultural. Un detalle muy paradójico al respecto de los monolitos indígenas, es acerca de su real apelativo. De esta cultura en particular se desconoce su verdadero nombre, pues en el momento de la llegada de los conquistadores españoles a las regiones del Huila, el día de su descubrimiento, optaron por bautizar estos monumentos con el nombre del santo que se veneraba en España, siendo en este caso San Agustín.
Ospina aprovecha la apariencia simbólica de estas figuras prehispánicas para enaltecer a manera de divinidad fetichista arcaica, los iconos comerciales de nuestra cultura híbrida actual, como se muestra en la figura de Mickey Mouse o Bart Simpson. A continuación, retomo una frase del texto "Razones en el Arte Contemporáneo", escrito por el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, Gerard Vilar, que aclara lo siguiente: “Todo objeto simbólico es el substituto de un ente al que se refiere y que sirve para comunicarse”.
Estas deidades superfluas de la sociedad de consumo se convierten en ídolos endiosados y venerados, de tal manera que se transforman en figuras de culto frente a una comunidad totalmente alienada y cosificada, aceptando modelos referenciales ajenos a la propia identidad.
Estas obras nos brindan un abrebocas para detenernos un momento a pensar; entramos en el proceso interpretativo de identificación contextual en una época saturada de consumismo visual y objetual masivo. En cierta manera, son obras que se transforman, como dice Suzi Gablick en “objetos de ansiedad”, que nos permiten experimentar diferentes estados de ánimo al tratar de encontrarles su real mimesis.
A mi parecer, al comparar estas obras enmarcadas en épocas distintas, puedo traer a colación los términos ícono, símbolo y signo, esta triada de palabras juega con llegar a eso que denominamos “inteligibilidad abierta”, pues tanto en el arte antiguo, como también en el arte contemporáneo, resultan los dos en las mismas condiciones en cuento a tratar de recuperar los sentidos o palabras que les otorguen la unidad mínima de significación, es por ello que cada crítico o historiador del arte debe organizar y adecuar un kit interpretativo para ofrecerlo como aditamento indispensable para el entendimiento del arte actual, -cosa que no debería suceder- siendo consciente de los factores trascendentales que rodean a nuestros espectadores, como por ejemplo, la libre asimilación de juicios conceptuales que brinda el arte de nuestros días, ligado por otra parte, a su dualidad discordante, siendo una circunstancia en resumidas cuentas de difícil interpretación y aceptabilidad, pero sin que ésta sea excluida y aislada de lleno en el mundo cerrado de los artistas plásticos.
Referencia complementaria:
Eco, Umberto-Dos hipótesis sobre la muerte del Arte
Comentarii