LA APTITUD DEL DIBUJO -Autoexigencia técnica, gestual y conceptual del Maestro Jairo Linares-
- Gustavo Zorrilla Z.
- 2 sept 2015
- 4 Min. de lectura

Con sólo estar en el umbral de ingreso a su estudio, es evidente que los enceres del artista predominan sobre el inexistente mobiliario típico de la comodidad decorativa en la sala de un apartamento cualquiera. El atiborramiento de los innumerables lienzos, tablas y demás piezas con ingredientes creativos es lo que acompaña al Maestro dentro de su morada en el centro de la ciudad; ah!…y por supuesto, su fiel y callado compañero minino, único testigo en los momentos de impulsos pasionales del quehacer.
Entreviendo algunas de sus obras que componen un coleccionismo oculto, muy íntimo, sin deseos de ser apreciadas por los ojos curiosos de otro espectador que no sean los del mismo autor, vislumbré intentos pictóricos tímidos pero de gran fuerza expresiva, que develan otra faceta donde el maestro se muestra en “estados oscuros de existencia”, por supuesto, sin dejar la huella indeleble del dibujo.
No sería preciso denominar a estas pinturas, como “dibujos pintados”, más bien se consideran parte integral del proceso expansivo de la apropiación y ensayo, con que se asumen otras técnicas en pro de no limitar los campos de exploración plástica. Es fundamental realizar paralelos que determinen el límite de cuándo un dibujo se convierte en caricatura, también el instante en que un dibujo se transforma en ilustración, otro en que el dibujo es a la vez pintura, y por último, el estado del dibujo como dibujo por sí mismo.
Hago la aclaración con ejemplos que me remiten por deber a la historia del arte:
El dibujo como caricatura, lo expresa de manera audaz el artista alemán Wilhelm Busch apropiándose de la sátira y exageración dentro de la sociedad alemana de finales del siglo XIX.
Para el dibujo como ilustración, traigo gratamente el nombre de la ilustradora británica Beatrix Potter, quien con suma delicadeza y ternura representó la historia de un conejito llamado Peter Rabbit, destinado al público infantil de la época victoriana.
Dentro del dibujo como pintura, es imprescindible no citar el nombre del francés Henri de Toulouse-Lautrec, pues con su ágil trazo, dejó un legado vital de la Belle Epoque parisina, inmerso en la noche de su segundo hogar, “El Molino Rojo”.
Y por último, acerca del dibujo como dibujo por sí mismo, conjugando espontaneidad, libertad y hasta cierto punto, control, el artista surrealista francés André Masson, explora la dinámica del gesto automático en medio de estados conscientes e inconscientes de percepción.
El universo del dibujo está configurado por una estela enorme de exponentes que nos abren un panorama gráfico extenso, donde se antepone el ímpetu de posicionar un espíritu, que se traduce en un estilo permeado por la aptitud del ser únicos en lo que más les apasiona. Es innegable que la labor del artista se dirige desde un mundo interior, complejo, que es sometido a un proceso alquímico de transmutación cognitiva, no solo para él mismo, sino hacia lo más complicado, el entendimiento y la aceptación social, por más que el artista se justifique en la postura egocéntrica del “arte por el arte”.

Existe un ego, eso es indudable, cargado de un instinto de competitividad, que estoy seguro el maestro Linares quiere transmitir asociado al phatos exponencial, cuando en el transcurso de los días sus seguidores esperan, de improvisto, una nueva creación. Esta espera, es la que motiva la exigencia de no abandonar el ejercicio día tras día por parte del autor.
¿Qué espera encontrar el artista?, ¿Existe un límite dentro de la técnica, las ideas, o el límite se lo autoimpone el creador, a la expectativa de la aceptación del público?, ¿El artista necesita satisfacerse a sí mismo, o al público que espera ser descrestado? ¿Es una confluencia de ambas partes?. Como respuesta a los anteriores cuestionamientos, Hegel, el filósofo alemán de inicios del siglo XIX, dice que “la obra no está para sí, sino para nosotros, para un público que mira y goza…un diálogo con quien se halla ante ella”. Discutiendo en particular sobre los “dibujos pintados”, como los llama el maestro, pues, no son los acostumbrados trabajos que ni tanto él, como el público, están acostumbrados en recordar, se enmarcan en la esencia aparencial de sí mismos, es el resultado de un momento de ensimismamiento en donde el reflejo del espíritu creador intenta solapadamente encaminar nuevas búsquedas reflexivas de estados creativos.
Existe la constante inclinación hacia el error, pero éste mismo produce la calidad expresiva, tal vez con temor, pero proclive a la honestidad propia que emana de la emoción, el impulso fecundo de encontrar nuevos pretextos para exponer la evidente disciplina en el oficio. Uno de los postulados de Wölfflin es hablar del arte desde lo lineal a lo pictórico. El teórico hace referencia a lo siguiente: “El desarrollo de la línea como cause y guía de la visión, y la paulatina desestima de la línea. Dicho en términos generales: la aprehensión de los cuerpos según el carácter táctil –en contorno y superficies-, por un lado, y del otro una interpretación capaz de entregarse a la mera apariencia óptica y de renunciar al dibujo –palpable-“.

El maestro Linares afirma que el dibujo es la génesis como manifestación de un todo estructural; es interesante recordar que en el siglo XIX, tanto Ingres como Delacroix, eran rivales que luchaban por establecer un concepto propio, a partir de sus individuales experiencias e investigaciones, acerca de cuál era el elemento primordial que prevalecía en el momento de la creación plástica. El primero aseguraba que cuando miraba por una ventana observaba líneas, mientras que el segundo sustentaba que observaba masas de color, tonos de color.
El trazo, la mancha y el gesto, tres elementos dentro de un espacio en común, pero cada una de esas partes con su establecida capacidad de acople. El dialogo generado entre ellos es la manera improvisada, espontánea, pero a la vez coherente, de relacionar maneras afines en el proceso de definición sensorial y estilística.
¿Qué busca el artista al tratar de ser amo y señor de cada de uno de estos tres elementos?
Los encuentros plásticos fortuitos que el maestro Linares traduce en la serie, “dibujos pintados”, son la manera simbólica de no sólo expresar sentimientos en específicos, tampoco es el hecho de pretender una identificación trascendental con el “doble yo” animal. En definitiva, es reafirmar el talento, la capacidad que posee de sustentar su aptitud con el manejo del discurso técnico, proyectando de esta manera ideas visuales que, por muy simples que estas sean, producen un humus, como dice Dorfles, dentro del terreno fértil del arte, permaneciendo en la estación climática propicia para continuar su labor de siembra.
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